martes, 19 de mayo de 2020

Echando de menos la cordura.


 La estupidez es un mal emergente y abundante en estos tiempos. 
Precisamente ahora, que debería de ser cuando ha de ponerse en valor todo lo contrario: no aprendemos y no aprenderemos. Construir es labor de artífices, de obreros, de arquitéctos y artistas, sin embargo, destruir por destruir, eso a quien se le da mejor es a la chusma.

Todo el mundo tiene derecho a la critica, a manifestarla y hasta al pataleo. Todos tenemos la obligación de poner nuestro grano de arena para mejorar la sociedad y conquistar un futuro amable y productivo en todas las facetas de la vida. Y lo que tiene que marcar las diferencias y dirigir nuestras acciones es el sentido común, el respeto y la búsqueda de unos objetivos comunes, compartibles y nada excluyentes. Si no respetamos esto, si la fuerza es lo que impera, habrá que prepararse para emigrar, o luchar..., y gane quien gane, habremos perdido todos.

La estamos liando. El objetivo principal es la Salud, o al menos eso creemos muchos. Si se cambian las prioridades, y ya lo que importa más es el dinero, la movilidad y la supremacía de unos sobre otros..., entonces ya no estamos todos en el mismo barco. Si ya no nos acordamos de Santa Bárbara porque se ve pasar la tormenta, y pensamos que ya ha escampado, lógico que queramos salir a la calle y tomar el sol. Pero, y si la tormenta no ha pasado? Mal hacemos no siendo prudentes. Porque los muertos que repunten, seremos nosotros mismos. Nadie piensa? Primero la salud..., y ya habrá tiempo de hacer cuentas, no crea nadie que no se van a hacer.

Cuanta falta hace la cordura. No puedo evitarlo, permitidme que lo eche de menos. Poco a poco habrá que irse acostumbrando a la nueva normalidad de vivir sin la presencia tranquilizadora de Julio Anguita y su sabiduría providencial de magister sapientis magistri. Muerto el hombre, nace el MITO. Y hoy, como mañana, nadie podrá decir un apalabra más alta que otra sobre Julio Anguita. Los calificativos que adornan a los políticos actuales, y que empobrecen la Democracia, con él no van, nunca fueron. Fue un cordero entre lobos, y se lo comieron; lo que lo hizo más grande si cabe, porque se demostró que su sitio natural estaba lejos, muy por encima de sus verdugos, donde vive la razón, la lógica, el sentido común, la dignidad y la coherencia.

 A Julio lo apalearon por ser diferente, y vaya si lo era, lo es y lo seguirá siendo. Ahora, privados de su presencia física, nos queda la esencia de su personalidad, su mensaje, y su ejemplo. Sobre todo, su ejemplo. Fue ejemplar en todos los sentidos de la palabra; ejemplo, ejemplarizante, ejemplar. Ahora, desprovisto de las ataduras físicas, se ha expandido, ha dejado de ser continente y solo es contenido. Ya no pertenece a Córdoba, no a esta Córdoba sino a la eterna, la de los califas, lo siento, porque se ha hecho infinito, inacotable, incontenible, universal y eterno. Desde hoy, cuando se nombre a Averroes, Séneca, Maimónides, Abderramán III, Góngora…, habrá que nombrar con orgullo a Julio, como hijo ilustre y portador de las llaves del corazón de los cordobeses. Julio ha quedado en la memoria y se acomodará ahí por mérito propio y para largo. Será una coletilla recurrente e inevitable, nombrarlo para anunciar que el tiempo irá pasando y que como él no hay nadie, ni que se le parezca. La política actual solo lo engrandece. Lo hace brillar con luz propia frente a tanto corrupto, bribón y canalla. Aunque su asignatura pendiente siempre fue el pueblo.

El pueblo que soporta y permite que sus líderes no den la talla. El pueblo que se envilece al convivir con actitudes viles, y colabora en el mantenimiento de su propio deterioro y ocaso, manteniendo una actitud cómplice con sus verdugos. A Julio le conmovían y preocupaban los jóvenes, les exhortaba perentoriamente a movilizarse y diseñar su propio futuro, a revelarse y cuestionar el camino que les marcan. No es de extrañar que se enfadara, como se enfada un padre, un patriarca, un maestro y un amigo; y nos regañara, para terminar concediéndonos, siempre, la sonrisa indulgente y premonitoria de que más temprano que tarde terminaríamos dándole la razón.

Julio, camarada, tu memoria nos acompaña. Has hecho lo humanamente posible, hasta que has trascendido a lo humano, ahora eres una fuerza de la naturaleza, como el viento, y andarás libre, enredando en nuestros corazones nostalgia, lucha y amor por esta humanidad que, como te quejastes en un mitin, te quería más que te votaba.

Hasta siempre, comandante.


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