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La poesía es un arma cargada de Celaya
Felipe Alcaraz
La poesía es un arma. La poesía es un arma cargada. La poesía es un arma cargada de futuro. O como decía Celso Emilio Ferreiro: “Al presente me atengo,/ la poesía es un arma, /disparemos”. El caso es que hemos coeditado (Atrapasueños-PCE) un homenaje a Gabriel Celaya (“La poesía es un arma cargada de Celaya”) que se ha empezado a presentar por todos sitios (el día 2 de noviembre simultáneamente en Conil y en Manilva). Y no se trata de un homenaje-puñalada que intente desfigurarle el rostro para abrir la puerta de su segunda muerte, por olvido, tachadura o tergiversación. Intentamos precisamente todo lo contrario: el rescate de un gran escritor, cuya poesía política no es posible eludir si intentamos explicar la literatura de la segunda mitad del siglo XX. Una poesía la suya gritada, disparada a veces, una poesía directamente política, antifranquista, que no le ha perdonado la academia ni ese capitalismo de consumo que se inauguró a partir del desarrollismo franquista y que, entonces, montado en un seiscientos, empezó a convertirlo todo en mercado y en esa estética postmoderna que aún sigue infectando nuestras praderas.
Celaya (sin olvidar sus otros rostros: Rafael Múgica o Juan de Leceta) es el poeta de la permanente lucha de clase por la libertad. Una libertad que desde el principio concibe como un tránsito del yo a lo demás y del yo al nosotros: “Mi balada no se cuenta./ Mi balada es suceder./ No hay anécdota en mi vida./ Mi ser es querer no ser”. Por eso Gabriel, como dijo Ángel González, está en todos sin estar en ninguno, siempre viviendo en el gerundio, aunque haya una serie de categorías permanentes que dibujan en tinta la personalidad de ciudadano y escritor de este vasco alzado, cabreado y valiente.
Para Celaya la poesía no es un fin sino un instrumento de transformación, un arma incluso, que apunta a un futuro diferente al que no se accede por los caminos de la neutralidad y de la poesía adelgazada de los poetas “poetísimos”. Una poesía cargada de atrevimiento, que incluso maldice o dispara desprecio, y que por eso es necesaria, como parte de la lucha, como esa tensión que o se respira trece veces por minuto o realmente hemos dejado de tener sentido.
La libertad, frente a la dictadura y sus formas de explotar y acobardar, es la gran apuesta poética del Celaya escritor y ciudadano, y esa libertad se conquista en la calle a través de la indignación de clase y la audacia, aunque enfrente estén los mosquetones del franquismo. Y Celaya se atreve a decirlo y gritarlo todo e incluso consigue que, hasta un cierto punto, los gorilas miren hacia otro lado: después de Lorca y Miguel Hernández incluso para una dictadura es demasiado fuerte cargarse a Celaya, sobre todo cuando se puede jugar desde la paciencia del silencio y el mercado de las conciencias “poetísimas” de las normas dominantes desde entonces hasta ahora.
En definitiva, hablar hoy de Celaya, intentar volver a su verdadero rostro, es hablar, como dice López Salinas, del poeta, pero también del ciudadano: “hombre entero…. que tanto por su estatura poética, como por el valor moral y cívico mostrado, entró hace ya muchos años en la historia de la literatura, en la historia de la resistencia al fascismo y de la lucha por la libertad”. Por eso, desde Celaya, estamos llamando a la lucha transformadora y a la combatividad alternativa con los publicanos y sus cosas; porque sabemos que la democracia o es republicana o no es democracia plena; o dejar de ser capitalista, o será en suma una dictadura aunque no se vea. Y por eso mismo se ha empezado a organizar, para la primavera, un “congresillo” sobre poesía y militancia. Salud, Gabriel Celaya, Rafael Múgica y Juan de Leceta. Hasta siempre en las trincheras de la calle.
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