sábado, 3 de abril de 2010

El Tribunal de Cuentas ha decidido investigar

ARTÍCULOS DE OPINIÓN
GERARDO RIVAS
01/04/2010 El plural.com

Grosso Modo
Aznar, el Tribunal de Cuentas, la medalla y la caída de la breva

En mayo de 2003 la prensa adicta al gobierno popular anunciaba a bombo y platillo que Aznar sería reconocido con la medalla de oro del Congreso de los Estados Unidos. Este galardón había sido concedido recientemente al otro comparsa de las Azores, Tony Blair, y sólo una mera cuestión de trámite separaba a nuestro ex presidente de la preciada distinción.
Aznar, el Tribunal de Cuentas, la medalla y la caída de la breva

En mayo de 2003 la prensa adicta al gobierno popular anunciaba a bombo y platillo que Aznar sería reconocido con la medalla de oro del Congreso de los Estados Unidos. Este galardón había sido concedido recientemente al otro comparsa de las Azores, Tony Blair, y sólo una mera cuestión de trámite separaba a nuestro ex presidente de la preciada distinción.

“José María Aznar de España”, que de esta forma le identificaban los dos legisladores de la Cámara de Representantes que promovieron la propuesta de condecoración, destacaban que éste “había demostrado claramente, durante un momento histórico y acuciante de nuestros dos países, que es un férreo aliado de EEUU”.

El 21 de mayo de ese año el diario El Mundo, adelantándose a tan magno acontecimiento, se refería a Aznar como una personalidad histórica comparable a Nelson Mandela o a la madre Teresa de Calcuta que, con anterioridad, habían sido agasajadas también con esta distinción.

No obstante, algún imponderable debió surgir, ajeno por supuesto a la dimensión histórica de nuestro ex presidente, que pareció poner en peligro la entrega de tan esperado galardón y que, sin el menor asomo de duda, Aznar prestigiaría con su aceptación.

Entonces, consciente el Gobierno del país de la decepción que sufrirían los españoles de no ver a su presidente con el ansiado y merecido premio, el Consejo de Ministros, celebrado el 26 de diciembre de ese mismo año, decidió contratar los servicios de unos abogados “conseguidores” norteamericanos que, por el módico precio de dos millones trescientos mil euros pagados con cargo al erario público, intentarían “comprar” la medalla que tanto había ilusionado a Aznar.

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