Que los pobres no seamos como Caín, no vendamos el alma por un plato de lentejas.
Ante la adversidad cada cual reacciona como puede. Pero cuando la quema llega a todos los rincones del alma humana, y llega a las casas, especialmente a las cocinas, cuando la nevera está vacía, cuando el estar mano sobre mano es la actividad más común en una casa y se acaban los recursos, las ideas y la esperanza, lo último es perder la dignidad y renunciar a los principios. Porque cuando se llega a eso, cuando se rebasa la última frontera, cuando se tira la toalla, se deja de pelear, se pone uno de rodillas y las manos en alto, entonces, y solo entonces, se contemplan escenarios sencillamente surrealistas.
Cuando el hambre aprieta, las colas en la puerta del rico, son inevitables. Lo malo es que entonces el estomago se llena con las migajas de los poderosos, algunos, y solo algunos juran lealtad eterna e incondicional, ante tamaño gesto de bondad, a quienes han tenido buen cuidado de que las riquezas y lo más indispensable caiga en sus manos y la ruina en las de los mogotes, el pueblo llano, los candidatos a parias (la mayoría que quieren construir) para que convenientemente se pongan a las puertas de los señoritos a pedir y así retroalimentar el círculo vicioso.
Lo único que nos hace iguales a todos es la papeleta electoral, salvando la injusticia de una ley electoral injusta y castrante, por lo tanto no entiendo que haya pobres votando a los ricos e intransigentes para que estos mantengan su imperio de opresión, prepotencia, tierra quemada, nevera vacía, desahucio, depresión, angustia familiar, suicidio y sus políticas elitistas y excluyentes, promotores de la llamada generación perdida (en la que no se incluyen sus descendientes) entre los hijos y nietos de los pobres.
Los desgraciados que caen en esta trampa son utilizados hasta la saciedad y luego son relegados a la última fila, terminan siendo los judas de su clase, traidores a ella, sin paga y excluidos. Lo mismo que dicen que no hay mayor defensor de Cataluña que un charnego (inmigrante renegado), no hay mayor defensor del opresor que un oprimido convidado con migajas.
Salud y memoria.
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