Posiblemente sea uno de los peores tragos que se pasen en una vida, cuando le quitan la casa una familia. Entonces, vecinos, familiares y amigos, comparten impotencia, tristeza y una cierta sensación amarga de indefensión, ya que mañana podría ser otro, de hecho será otro vecino, el que el juzgado ponga en la calle.
Se puede hablar de lo justo o injusto del procedimiento, de que si habría o no medidas alternativas, como dar opción a un alquiler, de que si la vivienda en cuestión, en realidad, el banco la tiene ya vendida, y de la maniobra del buen señor que puede haberse aprovechado de la desgracia de esta familia, del extraordinario despliegue de fuerzas del orden público que evidenciaron como los que habitualmente están para ayudar y proteger al pueblo, también se pueden utilizar para desahuciarlo y sobre todo para que el pueblo tome conciencia de su propia pequeñez, y de que valemos lo que somos capaces de pagar, fuera de esto, solo hay palos para defender las reglas de juego del sistema y sus principio básico, manda el dinero y el que lo tiene, lo demás es comprable o reprimible.
Solo queda la indignación y la lucha, porque como dijo el otro día nuestro amigo Rafael Palomares, los que o luchan, pierden de antemano.
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