Hace poco volví a ver la película Titanic, y no se porqué algo me ha hecho recordar la escena de cuando se hunde el barco y solo unos pocos privilegiados tienen derecho a salvarse, mientras los de segunda clase, el pueblo llano, no tienen ni la más mínima oportunidad. Lamentable. Pero, aunque parezca mentira, eso pasa con más frecuencia de lo que parece.
En estos tiempos en que escasea el trabajo y las familias pasan verdaderas estrecheces económicas, sigue habiendo, de cuando en cuando, algún capitán de barco que da la orden de "los que yo diga, los mios primero!". Se me revuelven las tripas nada más que de pensarlo.
Hay personas, por llamarlas de alguna manera, que nadan, medrando entre los que tienen necesidad de encontrar trabajo y el miedo a no llegar a fin de mes, como pez en el agua. Que se sienten así semidioses y encima planean sacar tajada política.
Cuando el trabajo es un bien tan escaso como ahora, que uno de cada cuatro trabajadores está parado y una de cada cuatro familias en paro no percibe ingresos, que es como si en una situación de emergencia faltara el agua. Quien la racione, tiene el poder.
El poder de hacer sufrir, castigar a unos y beneficiar, premiar a otros. Un poder que se exhibe a modo de advertencia y que habilmente usado, convence a los advenedizos, asusta a los déviles, y castiga a los rebeldes para que aprendan quien manda.
Hoy Cayo Lara, citando a Galeano, decía que "ningún hombre debía de ser tan rico que pudiera comprar a otro, ni tan pobre que tubiera que venderse". Yo añadiría que ningún hombre debería usar su poder para comprar voluntades, sobre todo si este emana de ese pueblo que intenta comprar por un lado y perjudicar por otro.
Hay, por ejemplo, un par de empresas: Egmasa, empresa pública de la Junta de Andalucía adscrita a la Consejería de Medio Ambiente y Tragsa, grupo empresarial de titularidad pública que también trabaja en tareas de desarrollo rural, protección y conservación medioambiental. Me refiero a ellas como ejemplo de lo que está pasando en algunos ayuntamientos en los que se ha asumido la tarea de proveer de personal a estas empresas ya que operan por su zona y son una fuente muy preciada de trabajo. Para conseguir este trabajo hay que apuntarse en el ayuntamiento (imposible conseguirlo por inernet, o cualquier otro medio) y engrosar una lista, ya larga, para esperar que si hay suerte te llamen.
Lo peor viene cuando no existe ningún tribunal competente, multisectorial y consensuado para la selección del personal. Entonces manda quien manda, selecciona el que selecciona, los criterios son absolutamente arbitrarios y nace un tirano.
Y no quisiéramos encontrarnos con sorpresas o casualidades si se prefiere como por ejemplo que de listas (hablando de listas, ver
cada uno en su casa...)de 300 aspirantes casualmente los 25 elegidos fueran afectos a una misma afinidad política y/o familiares y los siguientes... lo mismo. Y los que se señalan o son sospechosos de no comulgar con el régimen, simplemente no entran en el reparto de estas migajas laborales. No quisiéramos encontrarnos con este drama.
Esto es lo que tiene la falta de transparencia que, teniendo todo el mundo el mismo derecho al trabajo, luego todos seamos sospechosos de no haber jugado limpio. En este caso el único responsable sería el único que toca la pelota.
La película no acabó bien para casi nadie,ni los músicos se salvaron. Algunos ricachones y vividores -como siempre- sobrevivieron, pero el resto terminó fatal. La vida real no es una película, en la realidad social y política habría que compartir lo poco y lo mucho, haber el máximo de transparencia, sobre todo en los temas delicados (con las personas no se juega), no se debería sacar tajada política ni personal aprovechando la desgracia ajena, ni perjudicar al más débil, ni pisotear para trepar a las cumbres del poder. En cualquier caso, siempre, siempre, hay que tener corazón y vergüenza.
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